viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuando el trabajo conspira contra la líbido



María Clara ya era una prometedora profesional cuando se casó con Jorge Alfredo. Por esa época, se desempeñaba como jefa de División de una empresa de servicios públicos, en donde desde el primer día se destacó por su rapidez y eficacia en la toma de decisiones. Astuta, dueña de sólidos conceptos corporativos, muy organizada y con una lealtad a toda prueba, pronto se convirtió en la candidata ideal para reemplazar al gerente de su área cuando llegara el momento del relevo, el cual se presentó justo por los días en que acababa de tener a su primer hijo. A pesar de la apretada agenda que le exigia el nuevo puesto, ella no lo pensó dos veces, aceptó el cargo y demostró que la elección había sido la más acertada. Era ahora la segunda en el mando de la empresa después del gerente general, quien confiaba tanto en ella, que a menudo la dejaba al frente de todo, debido a que él debia viajar frecuentemente.


Jorge Alfredo, por igual un próspero ejecutivo, vio con buenos ojos el rápido ascenso de su mujer. Tuvo paciencia con sus extensos horarios de trabajo hasta altas horas de la noche, bajo la convicción de que las cosas se normalizarían con el tiempo. Sin embargo, pasados unos meses, resultó que María Clara nunca estaba en casa antes de las ocho de la noche. Además debía trabajar los sábados y no faltaban los domingos en que fuera solicitada por el trabajo a través del celular, pues básicamente su labor era “apagar incendios”, en una entidad que laboraba las 24 horas del día. Así las cosas, los pocos ratos libres que le quedaban se los dedicaba al bebé, que pasaba más tiempo con la niñera que con ella.

Cuando Jorge Alfredo por fin tenía a su lado a la anhelada esposa en el lecho matrimonial, María Clara estaba exhausta, con la cabeza todavía puesta en la oficina y sin cinco de ganas de hacer el amor. Los pocos encuentros sexuales no se caracterizaron propiamente por la intensidad de los primeros días de su vida juntos. A los seis meses, ella había perdido por completo el apetito sexual y siempre surgía un asunto más urgente que hablar del problema. Cuando por fin pudo confrontarla, Jorge Alfredo la oyó quejarse de su falta de comprensión. Ella necesitaba, decía, tiempo suficiente para sentirse estimulada.

Después de la diez de la noche, no había caso de ponerse a pensar en esas cosas, porque sus grandes responsabilidades de ejecutiva, madre y ama de casa, le exigían descansar lo suficiente. Decidieron entonces esperar unas vacaciones que nunca llegaron. La vida en pareja se redujo a hablar del niño, de las cosas de la casa y de la empresa. El día en que por fin pudieron estar lejos y solos, todo fue un desastre. María Clara fingió que disfrutaba del sexo con su esposo, cuando en realidad experimentó todo lo contrario. De vuelta de aquel corto viaje que debía ser una segunda luna de miel, regresó sintiéndose hipócrita, vacía, culpable, pero, especialmente, disminuida como mujer.

Las cosas empeoraron porque los esposos empezaron a pelear por tonterías y a irse a la cama bravos, algo que nunca se había dado entre los dos. La sombra del resentimiento hizo tambalear al, ayer, armónico matrimonio. Hablar con su ginecólogo fue la primera salida de María Clara. Al verla tan mal de ánimo, él la remitió de inmediato a donde un sexólogo, quien luego de escuchar su historia y de hacer una serie de valoraciones, le dijo que sufría de un desorden conocido científicamente como Deseo Sexual Hipoactivo, DSH.

Deseo Sexual Hipoactivo


Se trata de un mal de la época, que se ha convertido en una de las principales causas de consulta entre el gremio de los especialistas en sexualidad. Afecta por igual a hombres y mujeres de todas las clases y les pega muy fuerte a aquellos que como María Clara y Jorge Alfredo lo tienen todo, menos el disfrute pleno de momentos íntimos satisfactorios gracias al estrés laboral.

La sexóloga Claudia Rampazzo explica que para entender esta disfunción, es necesario recordar que el deseo o líbido, al igual que la excitación y el orgasmo, hace parte de la respuesta sexual humana y se caracteriza por los pensamientos eróticos, las fantasías, las relaciones en pareja y la actividad autoerótica o masturbación. Si una persona vive estas experiencias menos de dos veces al mes en un periodo mínimo de seis meses, se dice que sufre del DSH. Como le sucedió a María Clara, el paciente muestra un desinterés notorio o total por el sexo y ello le genera una gran ansiedad.

El estrés laboral no es su único detonador. El desempleo, las crisis sentimentales, los problemas económicos, una pérdida dolorosa, ciertos problemas de salud y otros factores, pueden desencadenar este mal que pone en riesgo o termina por desbarajustar las relaciones de pareja.

Renace la pasión

Desde el primer acercamiento, el terapeuta de la angustiada gerenta le explicó que su mal tenía cura, pero a partir de dos grandes condiciones: que todavía hubiera amor en su matrimonio y que el compromiso de cambiar la situación fuera de los dos y no de ella sola. Jorge Alfredo no le vio problema al asunto, pero le hizo prometer a su mujer que buscaría la manera de sacar sus responsabilidades laborales de su alcoba. Ella dijo que sí, e iniciaron una serie de terapias conducentes a recuperar y reprogramar sus apetitos sexuales.

Una de las primeras cosas que les hizo ver su doctor, fue que el trabajo no tiene por qué ser un obstáculo para las relaciones maritales. Todo lo contrario, les explicó. Un buen momento de caricias, de besos y el orgasmo, constituyen un antídoto genial después de un pesado día de trabajo.
Sesión tras sesión, le aconsejó a María Clara que aprendiera a separar su agenda laboral de su vida privada, cuyas relaciones deben ser mínimas. También recalcó mucho en la importancia del diálogo, porque finalmente el sexo es una cuestión de comunicación de sensaciones y de sentimientos, cuyo ideal más sublime debería ser el logro del éxtasis espiritual.

En un plano más práctico, el sexólogo de la pareja los comprometió a sacar tiempo para su vida sexual, sin que ello significara ponerle una hora y un lugar exacto, porque no hay nada más ‘mata pasión’ que la rutina. Los animó a revivir cómo era esa apasionada actividad erótica que tanto los enamoró cuando todavía eran novios. Les sugirió volverse creativos durante infalibles y largos preludios eróticos. Les enseñó a perder el miedo a tocarse en cada centímetro de sus cuerpos para redescubrir sus gustos más escondidos. Para verbalizar su voluntad de ser felices sexualmente, hizo que cambiaran la frase “tengo que tener sexo”, por una más estimulante: “quiero tener sexo”.

“Ha sido muy beneficioso acudir a estas terapias porque aprendimos un montón de cosas que ignorábamos sobre el tema. Afloraron sentimientos y temores, y nos llevamos varias sorpresas al descubrir que es más lo que nos parecemos que lo que nos diferenciamos en el plano de la sensualidad”, cuenta hoy una María Clara, feliz de haber recuperado ese factor tan importante de su vida matrimonial.

Un día, tomándose un café con su amiga Marcela, el tema salió a flote. Ella había pasado por lo mismo, le confesó, pero también estaba en vías de superarlo gracias a la terapia con el sexólogo y a las clases de biodanza que tomaba desde hacia varias semanas. Es una actividad en la que las mujeres aprenden a conectarse con su propio cuerpo y a liberar no sólo las tensiones físicas, sino emocionales, como la culpa y los tabúes de una sociedad cuyo moralismo no les ha dejado otra alternativa que ver el sexo como algo impropio y no como una parte bellamente innata en ser humano.

Las clases de danza árabe, tan de moda, no sólo cumplen la función de seducir a los maridos, sino que también son una forma de sanación del área pélvica gracias a sus sugerentes movimientos.
Las dos viven hoy felices después de que lograron armonizar la vida de la oficina con los momentos de goce sexual.

Recobraron la ilusión, su carrera sigue en ascenso y continúan explorando junto a sus maridos nuevas rutas para el romance. Sí. Muchas veces el éxito profesional eclipsa al erotismo, pero la buena noticia es que las mujeres están buscando alternativas para eliminar de su repertorio esa demoledora frase de alcoba: “esta noche no, me duele la cabeza”.

Un buen aliado


Entre las novedades de productos diseñados especialmente para las mujeres se encuentran ahora los jabones para la higiene íntima. Su principal característica es que han sido diseñados para limpiar las zonas más delicadas de la mujer sin causar irritaciones ni alterar el pH de la vagina. Es frecuente que ante cambios emocionales, situaciones de estrés o tensión, el sistema inmunológico femenino se debilite. Es entonces cuando las bacterias que habitan normalmente la flora vaginal se alteran produciendo infecciones que, si bien pueden tratarse con medicamentos, son incómodas ya que conllevan síntomas como picazón, flujo o ardor.

Se recomienda usar una pequeña cantidad en la ducha de la mañana o en la noche, o también después de realizar ejercicios, enjuagar con abundante agua y, posteriormente, secar muy bien la zona con una toalla limpia. Esta rutina, sumada a otros cuidados íntimos, disminuye el riesgo de infecciones vaginales.

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