martes, 22 de marzo de 2011

La actividad bajo las sábanas de una persona depende de muchas variables asociadas con la crianza.


¿Quién no se ha preguntado cuál es la cantidad de polvos que una persona debería tener a la semana, al mes, al año para considerar que su función por debajo de la cintura cumple con estándares aceptables?

Pues siento decírselos, pero la respuesta es que no hay respuesta: en materia de frecuencia, con excepción del cero absoluto no hay un "normal" ni un "mucho" ni un "muy poquito", sobre todo en un mundo que parece darle más importancia a la cantidad.


Sí, señores: ahora la ya famosa frase "No garantizo calidad, pero sí cumplimiento" parece aplicar también para las faenas amatorias de las parejas. ¡Una lástima!


En fin, como no hay un solo mago de la ciencia capaz de decirnos qué es una frecuencia normal en la cama, eso debería liberarnos automáticamente de la obligación de involucrarnos a la fuerza en jornadas maratónicas, de acostarnos con cualquiera para no pasar por la pena de admitir sequías intermitentes y de alardear con una prolífica e inexistente vida sexual, que sólo podrían igualar los bonobos.

Sepan todos que la actividad bajo las sábanas de una persona depende de muchas variables asociadas con la crianza, el género, la edad, la raza, los factores culturales y el tipo de pareja que se tiene.

Eso hace que el número de polvos por unidad de tiempo se convierta en un asunto tan personal como una huella dactilar. En ese espectro de normalidad caben desde los que necesitan menearse a diario, pasando por los que sólo van a la cama para celebrar cumpleaños y ascensos, hasta los que tienen la percepción de que no necesitan poner a funcionar el departamento inferior del cuerpo (que los hay).

Por esa razón compararse con los demás, y amargarse la vida por eso, es poco más que una tontería.
No estoy diciendo que quienes viven en pareja deban desentenderse del tema. Si ese es el caso la consigna es buscar la armonía, sobre todo si a uno le gusta mucho y al otro no tanto. Debo advertir, también, que entre más tiempo se comparte con la misma pareja, la frecuencia de las encamadas se reduce naturalmente. ¡Eso no tiene nada de raro!

En esto quiero ser tajante: si esa disminución hace parte de un proceso normal, y no de la apatía, el aburrimiento y los desacuerdos en la cama, no hay por qué preocuparse. La peor salida, créanmelo, es salir a buscar un amante para ponerse al día con los dichosos estándares.

Ahora, si lo que quieren es tranquilidad, se vale darle una miradita a la Ley de Fisher que postula, palabras más, palabras menos, que el cuerpo se adapta a lo que le den. Si, por ejemplo, una persona pierde a su pareja y reduce su frecuencia de un polvo diario a uno mensual, el deseo del organismo se ajustará progresivamente, y punto. También pasa lo contrario: si de tener sexo una vez al mes se pasa a un ritmo diario, el cuerpo se acostumbrará y responderá; de hecho, lo lógico es que acabe pidiendo más.
Si esa es la norma, es posible ser tan prolíficos en la cama como se quiera y cuanto se pueda. Todo depende de usted y de qué tan dispuesta esté su pareja.

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